JOSELE SANTIAGO
Josele Santiago. “Transilvania”
Por César Luquero
Lo significativo no siempre sucede en primer plano. Ni siquiera dentro de campo. Los maestros del relato audiovisual se aplican este cuento al planificar la puesta en escena. Josele Santiago también. Por eso se aventura más allá de la umbría para construir su nervuda narrativa, adentrándose en zonas que requieren un enfoque musical y lírico muy determinado. “Transilvania”, quinto álbum a nombre del madrileño, es otra muestra de su arrojo creativo.
La obra de Josele –por cuenta propia o con Los Enemigos– forma parte de una tradición ya secular. Él la ha estudiado en profundidad, cultivando en sus exigentes surcos durante más de tres décadas con notable resultado. El caso es que a nuestro hombre el cuerpo le pedía un cambio de registro. La idea de grabar con otras premisas sónicas junto a Raül Fernández “Refree” rondaba desde tiempo atrás. Así que dicho y hecho.
En otoño de 2016, Josele y Raül empezaron a registrar “Transilvania” en el estudio que este último tiene en la Ciudad Condal. La jefatura en el puente de mando sigue siendo de las canciones, pero el uniforme que lucen se antoja muy distinto al habitual. En aquellas sesiones caseras domina el talante lúdico y prospectivo. Hay indagación, probatura y hallazgos valiosos. Que nadie se asuste. Estamos ante un disco que preserva la esencia del autor, aunque ofrece una perspectiva diferente sobre su música, renovada y tonificante. Un disco de rock, en cualquier caso.
Terminado el trabajo en Estudio Calamar, Josele y Refree se reunieron con Xarim Aresté (guitarras) y su portentosa banda –Ricard Sohn (piano y teclados), Miquel Sospedra (bajo), Ermengol Mayol (batería)– en un entorno completamente distinto. La Casamurada es una masía casi milenaria reconvertida en estudio, idónea para grabar en directo y sin agobios, subrayando la contrastada textura de las nuevas composiciones. Canciones a tope de grano, como el potente blanco y negro de Álex Rademakers, autor de las fotos que ilustran el haz y el envés del álbum.
Lo plácida gestación del disco tampoco debe llamarnos a engaño. “Transilvania” es un trabajo inquietante que refleja el convulso estado de las cosas. Depredación, fanatismo y confusión en un contexto social, político y económico dominado por El Mal. La lucha necia, el todos contra todos y contra todo. Miedo y asco en los primeros años del nuevo siglo. Decepción. La náusea está de vuelta y parece que no tiene prisa por marcharse.
Quien haya seguido la imponente trayectoria de Josele Santiago sabe que es un compositor preclaro. Un artesano que prefiere negar la embaucadora mayor del talento para encomendarse a una virtud más terrena. La paciencia. Él tiene mucha cuando lo que está en juego son las canciones. En esta ocasión, han pasado el corte doce. Son de su padre y de su madre, por eso “Transilvania” tiene un rango dinámico tan amplio y, al mismo tiempo, una asombrosa coherencia interna. En el álbum encontramos rastros de Francisco Casavella y de Julio Verne. De la música popular brasileña y del blues rural. De “Spotlight” y de “La Profecía”. Del soul sureño y del flamenco. Incluso se hace notar la impronta de aquellos meses de trabajo junto a los Very Pomelo de Aresté hace algunas temporadas.
Cuando hablamos de Josele, lo hacemos de un escritor con voz propia. Fascina ese dominio del arte menor, el vigor que irradian algunas estrofas escuálidas, el propósito con que se colocan los signos de puntuación y el tono general de unas letras en permanente conflicto con la trivialidad, que abordan asuntos de escarpada orografía sin rendirse a lo evidente ni enfangarse en la abyección.
La expresión artística con verdadero peso específico invita a plantear preguntas y sugiere algunas respuestas. Y no aparta la mirada ni pasa de largo ante la realidad, por muy desagradable que esta sea. Josele Santiago –guitarra, cuaderno y boli en ristre– sigue dispuesto a levantar acta en sus canciones de aquellos sucesos que suelen escapar de los radares convencionales. Se impone escucharle. Músicos como este hay pocos.